Páginas

miércoles, 20 de enero de 2016

Allí donde solíamos hablar (I)

Con tantas redes sociales y medios para comunicarse, hoy una imagen donde dos chavales se pasaban una nota en un aula, me ha traído a la mente una de esas historias que se daban cuando no éramos esclavos de los mensajes en pantallas.

Cuando estudiaba en el instituto nocturno, se producía una atmósfera curiosa. Alumnos muy jóvenes, otros un poco más mayores, que en su gran mayoría trabajaban por la mañana, formábamos un microcosmos particular. La responsabilidad se unía a momentos de relajación porque lo necesitábamos. No dejábamos de ser unos críos.

Un día, mientras contemplaba mi mesa llena de graffitis de los de la mañana (nuestros enemigos sin motivo aparente) y ya dispuesta a limpiar una noche más..., decidí dejar mi propio mensaje para pasar a la posteridad. ¿Quién iba a sospechar de una alumna modelo? Al fin y al cabo yo también tenía mis momentos de hastío estudiantil.

Recuerdo que por aquel entonces se oía por la radio: "Conoces más canciones de Crowded House de las que crees" y pensé, "ya lo tengo". No era original, ni demostraba que allí había una persona con conocimientos elevados. Ni chistes, ni dibujos, sólo una frase.

Al día siguiente, tras alcanzar la cuesta que llevaba hasta mi centro de estudios, con apenas aliento, frío y tras la charla habitual con los compañeros, me senté en el lugar de siempre, en la mesa encontré una respuesta: "Yo no conozco ninguna", escrita a lápiz debajo de mi frase y un dibujo.

Me hizo gracia. Me imaginaba a un chaval lleno de granos y con un aburrimiento soberano sobre sus espaldas durante una clase de matemáticas.

Le contesté con un "seguro que alguna sabes". Y así transcurrió la jornada. No dije nada. Se suponía que yo era toda una mujer y no podía compartir que me escribía con un 'niño'. 

En la siguiente clase no vi texto alguno sobre la mesa, "no lo habría visto", pensé. Pero durante la tarde mientras buscaba mis cuadernos en el cajón metálico, tropecé con un papel... tanteé bien y vi que algo estaba atrapado entre el hierro que soportaba la mesa.

¡Era una carta! ¡Una carta de mi alter ego matutino!

"Hola, me llamo xxxxx y estoy aburrido. Aunque soy de los de la mañana no me siento identificado con mis compañeros. Son unos críos. ¿Cómo te llamas? No conocía a Crowded House, a mí me gusta la radio. Los dibujos de la mesa son míos"



Mucho mejor que el "wasap". Una sonrisa de oreja a oreja se me dibujó. Así que procedí a contestar. Con esmero. Le conté que mis compañeros eran majos y había gente muy joven y que igual podía cambiar de turno. Y que a mí también, por supuesto, me gustaba la radio. Y lo mas 'grave', a veces, tampoco me sentía integrada en el grupo...

Aquello se ponía interesante. Callar un secreto así era propio de protagonistas de novelas de Jane Austen, pero allí no había amores secretos, ni intrigas. Sólo dos seres de universos paralelos compartiendo frases entre latín y literatura.

Llegar a clase comenzaba a tener un plus. ¿Tendría carta?

Y la tenía. Hubo una correspondencia prácticamente diaria. 

Nos contábamos cómo se vivía en el centro a una hora u otra. Las materias que nos gustaban. Me contó que era radioaficionado, y poco a poco surgió lo inevitable... ¿Quedamos?

Lo propuso él. Ni Google, ni Facebook ni nada de nada. Ninguno sabíamos el aspecto que teníamos, sí que yo era mayor que él. En realidad creo que nos daba igual. Lo excitante era compartir ideas con un desconocido. Tener un colega más allá del grupo que por azar nos había tocado.

Y quedamos. 'Por supuesto' él dijo que vendría. "Me pasaré esta tarde..." y eso fue todo.

¿Pero qué hacía quedando con un chaval? ¿Me había vuelto loca? ¡Pero era divertido! Ambos recorríamos los mismos pasillos, nos habíamos acostumbrado a ese olor a tiza, humedad y a madera. Al ritual de ver las mismas caras todos los días, él a pleno sol y yo cayendo la noche.

Y llegó el día D. Yo daba vueltas alrededor de una palmera pequeña que era nuestro lugar de encuentro... no hacía falta dar más pistas, lo iba a reconocer ipso facto. Y tras un buen rato, en el descanso, lo vi.

Era un chico de mi estatura o quizás más bajo. Con pelo liso y un poco largo. Desde luego no vestía como un chaval de su edad, y su semblante era serio. Un adulto atrapado en el cuerpo de un jovencito.

Le saludé y se acercó. Aquello me parecía cada vez más absurdo y la vez, emocionante. Al fin y al cabo era algo natural. Paseamos tras dos torpes besos en la mejilla. Él me habló de su afición, y me contó que a veces venía a jugar al fútbol a una de nuestras cutres pistas... por mi parte le dije que los del nocturno no hacíamos gimnasia ni ningún tipo de deporte. Por falta de tiempo.

Sé que habló y mucho sobre el apasionante mundo de la radioafición y de su hermana. Dábamos vueltas sin llegar a ningún lado y apenas hicimos mención de las cartas, fue como recibir otra en vivo y en directo. 

Ni siquiera recuerdo qué pasó después. Él estaba nervioso y yo mantenía las distancias. Pero fue bonito. Luego llegaron los exámenes y nos escribíamos menos. Por supuesto no volvimos a quedar. Él por timidez y yo porque estaba en esa edad en la que piensas que un chico más joven que tú, por muy maduro que fuera,no dejaba de ser un niño.

Cuando el curso estaba a punto de finalizar, una tarde encontré escrito en la mesa: 

Te quiero xxx

Jamás nos volvimos a ver ni a escribir.

Joana Sánchez González




lunes, 11 de enero de 2016

Conducir a los 40 (I)


Hace unos años me propusieron escribir sobre sexo. Oh, qué original. El sexo vende. Pero no se trataba de un trabajo remunerado. Una inofensiva colaboración, pero nunca redacté una línea. 

Todo fue a raíz de una charla informal, a través de Internet, cuando no existía Facebook, ni Twitter, ni los famosos de medio pelo iban a televisión a contar sus intimidades, nada sensuales, todo sea dicho. 

El tipo era agradable y serio, de hecho, su página es (re) conocida aunque admito que hace años que no la leo. 

¿Escribir sobre fantasías sexuales? No lo vi claro. Pero algo en mi cerebro ha provocado que ese recuerdo acudiera. Termino de ver un documental de la BBC sobre la historia del romance en Inglaterra a través de sus novelas.
 
Lucy Worsley es la presentadora. Soy una ignorante practicante. Acabo de descubrir que tenemos la misma edad, cumplimos años el mismo mes, y hasta aquí las coincidencias. Ella es historiadora y me acaba de seducir el programa "Very British Romance"

He quedado prendada. A cada mención de un título quería escribir sobre el libro y el autor. 

Del romance a la sensualidad, de la sensualidad a la sexualidad y de nuevo, al romance. Década tras década los novelistas han reinventado el amor, el desamor y la pasión.

Desde Samuel Richardson con su "Pamela" y la morbosa historia de la pobre "Clarisa" ;vi una adaptación que llevó a cabo la BBC, cómo no, y sufrí tanto como una de las lectoras de la época que escribió al retorcido Richardson, en mi caso no quería tirar el libro y desmayarme inmersa en "un mar de lágrimas", pero sí me levanté unas cuantas veces presa de la impotencia.

Lucy Worsley fantástica conductora del programa
1778, "Evelina" fue la segunda protagonista en el 'mercado del romance', una joven atractiva, extranjera (un toque exótico era necesario para captar la atención del lector) y un retrato de una sociedad un tanto absurda con sus normas para coquetear.

Filósofos y pintores de la época no dormían o comían por seguir las intrigas que vivía esta heroína, protagonista de una novela anónima, hasta que dejó de serla: Fanny Burney de tan sólo 24 años la escribió, aburrida como una ostra, se dedicó a retratar la época que le había tocado vivir. Y le salió muy bien.

Antes que Jane Austen. Fue una inspiración a la hora de crear a Bridget Jones (Helen Fielding)

Ahora las aristócratas diseñan joyas, antes escribían novelas.
Además, Fanny Burney fue la precursora del llamado crowdfunding. En su tercera novela, viendo que no ingresaba dinero a pesar de que su novela fue un éxito (recordemos que mantuvo en vela a señores) optó por la suscripción. Y numerosas mujeres escritoras le apoyaron, quedando sus nombres reflejados, como el de una tal Austen de 20 años.

Hay una frase que me ha resultado entre graciosa y tierna de su biógrafa respecto al protagonista masculino de su primera novela, que podría representar Colin Firth el Mr.Darcy de "Orgullo y prejuicio" como icono de todas estas novelas de mediados del siglo XVIII.

"Él tiene esa capacidad de ver a través de sus torpezas y tonterías"
Colin Firth en "Orgullo y prejucio" BBC, 1995.
Pero no nos engañemos, las protagonistas de las novelas de Austen podían ser muchas cosas menos torpes. 

La diferencia entre Fanny y Jane es que esta última, no retrataba a mujeres delicadas, preocupadas por ir de compras y sí firmes de carácter pero que al final, ingeniosas o inteligentes, divertidas o con gran conversación, acababan pasando por el altar como final feliz (y único)

La sensibilidad desbordó a los británicos. Tantos desmayos, insinuaciones, sensualidad no eran sanos, o quizás, sólo se cansaron, necesitaban un cambio. Y las novelistas estaban preparadas para ofrecer algo más fuerte. El público lo demandaba. Y Austen lo hizo con "Sentido y sensibilidad": la racionalidad frente a la emoción. 

Nunca se casó y escribió todas sus novelas en una mesa tan pequeña que cuesta imaginarla sentada horas y horas, perfilando a sus personajes sin sufrir dolor de espalda.

Los amantes, 1928 (Magritte)
Pienso en "Persuasion" y en el papel de la 'solterona', ese palabro no se ha extinguido. Y si a finales del XVIII era relegada a tocar el piano mientras los demás bailaban, ahora o bien, se le tiene lástima o se la sube a un altar donde parezca una heroína. Ni una cosa ni la otra.

La sensualidad está presente en toda la novela. Junto al dolor. Una mujer que sigue enamorada y finge no estarlo. Menudo papelón.

Al menos, Austen le regaló un final alegre a su protagonista, por supuesto tras hacerla sufrir durante toda la historia, en la que hay miradas que matan y provocan más chispas que una minifalda cinturón.

El mundo de la sensualidad y la sexualidad, el romance, el amor y el desamor es tan amplio como la historia de la Humanidad, así que ¿quedamos para una segunda cita?



(Continuará)


Joana Sánchez