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martes, 23 de agosto de 2016

Quince años sin dejar huella en la arena


Llevaba quince años sin pisar la playa. Sin saber lo que era dejar que una ola le acariciara el cuerpo. Quince años privándose del salitre, de la arena, de los sonidos que ambientan el lugar. 

Como un niño pequeño ilusionado compró unas zapatillas de goma para pisar seguro. Era precavido.

Hasta tal punto llegaba su precaución ante la vida, que había dejado que pasara más de una década sin acudir a la playa en una ciudad poblada de ellas. 

Un día, preso de una alegría que no era suya, de una pasión que tampoco le pertenecía, decidió que sí, que esa tarde se pondría un traje de baño y su piel blanca como la nieve sería acariciada por el Lorenzo.

Ella le acompañó. Y tomó fotografías. Hasta grabó un vídeo donde él parecía uno de esos pingüinos cucos que tropiezan enredándose con sus propios pasos. Qué ternura.

En ese vídeo él sonreía, se tumbaba sobre las piedras para dejar que el agua le diera un masaje, coronó una roca y se bañó como lo hacen los que le tienen respeto al mar. Con cuidado.

Las cosas más importantes de la vida son ésas: volver a darse un baño tras quince años, uno detrás de otro. 

¿Se habrá vuelvo a dar otro? ¡Quién lo sabe! Pero ella tiene registrado en su retina esos primeros minutos donde aquel adulto volvió a ser un niño. Los recuerdos no tienen dueño.




Joana Sánchez González

3 comentarios:

  1. Un relato entrañable, amiga Joana. Bravo

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  2. Real como la vida misma :) soy experta en conocer hombres que NUNCA han ido a la playa o llevan décadas sin ir. En fin, tengo que hacérmelo mirar :) No se puede ofrecer tu corazón y tu esencia a personas que están a medio construir. Creo que todos deberíamos pasar por el psicólogo antes de iniciar una relación. TODOS. Muy tarde, pero contesto. Un abrazo bien grande a mi lector fiel y a un hombre al que respeto mucho.

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